El último verano en Roma de Gianfranco Calligarich
Estaba helado y me sentía infeliz y no había nada en mí, ni un poco de esa tibieza que hubiera deseado más que cualquier otra cosa en mi vida, esa conmovedora tibieza que me recorriera el cuerpo para llevarme a ella. Y su voz, baja, implorante, era aún peor. En lugar de acercarla a mí, la volvía aún más distante, inalcanzable, y yo estaba gélido, inerte y lleno de tristeza.
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