Las cuentas pendientes de Gastón Segura
Allí estaba, inmutable y dormida al sol la que había calificado los gacetilleros de mansión. Aceleraste hasta la temeridad como si llegases tarde a tu cita con su ausencia. Y cuando ya casi palpabas el muro blanco y la férrea puerta de hierro colado, te saliste al arcén aminorando y levantando chinas a tu paso; el frenazo, ni se sintió. Y allí permaneciste un rato vacío, sentado en el morro del BMW y con un desconsuelo de perro huérfano, sumido en un contrito barajar de recuerdos que resultó lo más semejante a una oración fúnebre.
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