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Huellas en el desierto de Gabriela Margall
La vida era simple. Levantarse al amanecer, acompañar a Max y buscar en la tierra, ver los colores del cielo nacer en la mañana y variar de manera permanente hasta el anochecer. Las estrellas en su estado más puro, como las habían visto esos hombres que, alguna vez, habían habitado el suelo de Siria y habían dejado estatuillas y vasijas decoradas. ¿Habría alguna contadora de historias como ella en esa antigua ciudad de cinco mil años? No lo sabían, los habitantes del tell Chagar Bazar no habían aprendido a escribir.
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