Evelina de Frances Burney
Los caballeros, mientras pasaban y volvían a pasar, nos miraban como si pensaran que estábamos a su entera disposición y que nuestra única aspiración fuera recibir el honor de una mirada suya. Paseaban por la sala con aire indolente como si quisieran mantenernos en suspense. Y no hablo solo de la señorita Mirvan y yo, sino de todas las damas en general; y llegó a irritarme tanto que, en mi interior tomé la determinación de que, lejos de secundar aquel comportamiento, preferiría no bailar antes que hacerlo con alguien que me considerase ansiosa de aceptar al primer caballero que se dignara a elegirme. Poco tiempo después, un jovencito que nos miraba desde hacía un rato con una especie de impertinente indiferencia, se dirigió hacia mí caminando de puntillas: tenía una sonrisa estampada en el rostro y su traje era tan feo que estoy convencida de que su único objetivo era llamar la atención aunque fuera para mal. Haciendo una reverencia casi hasta el suelo con una especie de balanceo, mientras agitaba la mano con gran presunción, y tras una breve y ridícula pausa, dijo: «¿Madam..., ¿me permite?», y se detuvo, ofreciéndose a tomar mi mano. Yo la retiré mientras intentaba reprimir la risa «Permítame, madam», continuó interrumpiéndose a cada momento «el honor y la fortuna..., si no tengo la desgracia de dirigirme a usted demasiado tarde..., de tener la fortuna y el honor...» Intentó de nuevo tomar mi mano, pero yo, con una ligera inclinación de cabeza, le rogué que me disculpara y me volví hacia la señorita Mirvan para esconder una risotada. + Leer más |