La Colina del Inglés de Fernando Sánchez-Ballesteros Gil
Respiró profundamente intentando conservar en su interior aquel aire puro con olor a pueblo, a leña quemada, la comida recién cocinada, a vacas... Nueva York no olía nada. Las grandes ciudades no tenían un olor característico, a ratos todas olían a los gases de los tubos de escape pero carecían de olor propio, no tenían vida.
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