La vieja familia: La saga de los longevos de Eva García Sáenz de Urturi
Esto es un regalo, pensé. Porque por una vez, me pude quedar anclada en sus ojos, perderme sin prisas en aquel iris único. Notar el calor cercano de su cuerpo de atlante y no alejarme de él. Sin preguntas, sin retos, sin explicaciones. Iago, por su parte, comprendió y aceptó. Abrió la boca para decir algo, pero le puse el dedo sobre los labios para impedir que hablara. —Mejor no digas nada —le susurré. |