El bosque de los corazones dormidos de Esther Sanz
Nos miramos el uno al otro durante un rato mientras la nieve silenciosa aumentaba su cadencia. Mi salvador no era un ángel con alas como yo había fantaseado, pero sí un chico de belleza sobrenatural, capaz de parafrasear a Platón y bromear sobre ello con una gracia y una inteligencia deslumbrantes.
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