Si el amor es una isla de Esther Sanz
El viento se afanaba en ocultar el cielo con una densa cortina de nubes negras, como emocionante preludio a la actuación de Las Leónidas, la famosa lluvia de estrellas que tenía lugar cada otoño por esas fechas. A medianoche, mientras esperaba al señor de Silence Hill, recé para que el mal tiempo no aguase la función o, peor todavía, suspendiera el espectáculo sin correr su oscuro telón. Consciente de que aquella cita era el acontecimiento más emocionante que viviría en Sark, había ocultado que aquel día era mi cumpleaños. Temía que Gaspard o Rahul organizaran una fiesta sorpresa que pudiera alterar mis planes. |