París era una fiesta de Ernest Hemingway
al son de su flauta, y la mujer que vivía en el piso encima del nuestro bajaba a la calle con un gran jarro. El cabrero escogía una de sus cabras negras, de ubres pesadas, y la ordeñaba en el jarro, mientras el perro arrimaba las demás cabras a la acera. Las cabras miraban a su alrededor, torciendo el cuello como turistas en un panorama nuevo
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