El circo de la noche de Erin Morgenstern
Se encuentran muy cerca, a punto de entrelazarse en un abrazo, pero no se tocan. Las cabezas están inclinadas en dirección al otro, los labios congelados en el momento previo (o posterior) al beso. Aunque los observas durante un rato, no se mueven. No estiran los dedos ni baten las pestañas. Ni siquiera se sabe si respiran. -Es imposible que sean de carne y hueso -comenta alguien a tu lado. Muchos espectadores les echan un vistazo y siguen caminando, pero cuanto más tiempo los observas, más sencillo resulta detectar el más sutil de los movimientos: el cambio en la curva de una mano que está a punto de apoyarse sobre un brazo, la alteración de una pierna en perfecto equilibrio. Cada amante gravita hacia el otro. Sin embargo, no se tocan. |