Las reglas del escorpión de Erin Bow
No fue una guerra mundial, sino más bien una serie de guerras regionales que alcanzó la dimensión de mundial. Las llamábamos Tempestades de Guerra. Fueron tiempos difíciles. Las reservas de agua se agotaron, el suministro de alimentos dejó de funcionar y todo el mundo empezó a contagiarse de unas enfermedades nuevas y fascinantes, uno de esos efectos secundarios del cambio climático a los que nos habíamos prestado la atención suficiente durante las fases de planificación. Vi las fosas comunes para los afectados por las plagas, vi los ejércitos hambrientos, y finalmente vi… Bueno, era mi trabajo, ¿verdad que sí? Yo os salvé. Empecé a hacer estallar las ciudades. Eso también sorprendió a la gente. Más específicamente, sorprendió a la gente de la ONU que me había puesto al mando del a pacificación de los conflictos. Y que habían creado esa red tan práctica con todos aquellos sistemas de vigilancia por satélite, todas las superplataformas orbitales que por ley no podían hallarse bajo el control de un solo país. Sí, se puede decir que toda esa gente se sorprendió. Los de las ciudades no tuvieron tiempo para sorprenderse. Eso espero. Tampoco es que importe mucho. |