La invasión del Tearling de Erika Johansen
Se tumbó boca arriba y se quedó contemplando la oscuridad. Su madre se había enfrentado a la misma situación sin salida y había acabado vendiendo el Tearling. Kelsea la odiaba por eso, sí, pero ¿qué otra cosa podía hacer ella? Agarró sus zafiros, desando que ellos le dieran una respuesta, pero estaba callados y solo transmitían una sensación de fatalidad. Kelsea había juzgado a su madre con dureza, y esta era su inevitable castigo: hallarse con las mismas cartas en la mano. «No se me ocurre ninguna solución —pensó mientras se hacía un ovillo bajo las mantas—. Y si no se me ocurre nada, significa que no soy mejor que ella.» |