Las confesiones del señor Harrison de Elizabeth Gaskell
...me regaló un cráneo para que lo pusiera en la librería, donde coloqué los libros de medicina en los anaqueles más visibles, mientras que los de la señorita Austen, Dickens y Thackeray se ocupó de disponerlos el señor Morgan con estudiado descuido, boca abajo o con el dorso contra la pared.
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