El invitado de Elizabeth Day
Se me nubló la vista y luego me puse tenso, como si me envolvieran el cerebro con papel transparente, y noté cómo se coagulaba la rabia: una especie de pepita dura astillada y negra como el carbón en la base de mi columna vertebral, que crecía y se retorcía colérica a medida que subía por mis vértebras, hasta llegar a mi corazón y mi garganta, pegándose a mi pecho como un charco de alquitrán caliente.
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