Un cuento perfecto de Elísabet Benavent
Supongo que no hay nada que le guste al amor que las historias imposibles. Y no hay nada imposible que aquello en lo que no cree nadie. Hasta los fantasmas, dicen, guardan el secreto de su existencias en la creencia de la gente. Y David tenía razón: nosotros dos éramos imposibles. Dos desconocidos, en realidad, que sólo se habían visto en las buenas, que se habían recogido de la calle y se habían curado las heridas del otro, pero... aunque cures la herida, la cicatriz nunca será tuya.
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