El encargo del maestro Goya de Elena Bargues
La guerra, siempre la guerra trastocando el curso de la vida... Francia, España e Inglaterra, aliadas y enemigas alternativamente, ¿podrían vivir en paz algún día?
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El encargo del maestro Goya de Elena Bargues
La guerra, siempre la guerra trastocando el curso de la vida... Francia, España e Inglaterra, aliadas y enemigas alternativamente, ¿podrían vivir en paz algún día?
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El encargo del maestro Goya de Elena Bargues
Santa Casilda, de Francisco de Zurbarán, un pintor extremeño muy prolífico del siglo anterior que se dedicó a dejar plasmado sobre lienzo monjes, cristos crucificados, vírgenes y santos, para retablos de innumerables iglesias y monasterios, tanto de la Península como de los virreinatos americanos.
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El encargo del maestro Goya de Elena Bargues
Las nuevas normas de ascenso en el ejército revolucionario permitieron que la carrera de Cornulier resultara meteórica. Tras cinco años de haber mostrado su arrojo, en 1804, por su estatura, sus conocimientos en escritura, aritmética, derecho e idiomas, le propusieron formar parte del ejército de élite: la Gendarmería Imperial.
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El encargo del maestro Goya de Elena Bargues
Había concebido una idea totalmente diferente de España y de los españoles: un país abrupto y desolado, con un clima extremo, clérigos con sombrero de teja, bandidos, toreros, gitanos y ruinas árabes.
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Celia y el comisario de Elena Bargues
(…) Necesitaba centrarse en el papel de comisario y no dejar traslucir el interés que había despertado la mujer en él. ¿Cómo lo vería ella? Era el comisario y, seguramente, si no resolvía el caso, la persona que la empujaría hacia el garrote vil por asesinato. Para ella, representaba a la justicia y era la persona de quien pendía su vida.
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Celia y el comisario de Elena Bargues
(…) lo que más le inquietaba era esa repentina, injustificada e inconveniente atracción que sintió en cuanto puso los ojos sobre ella. No se decidía a achacarlo al aire trágico con el que había asumido su débil posición en el escenario del crimen o a la belleza. Pero ambas razones carecían de consistencia si las sometía a un escrutinio más severo, por lo que no alcanzaba a comprender por qué sentía que el corazón estaba en peligro.
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Celia y el comisario de Elena Bargues
Daniel se enfrentó a un rostro pálido y a unas manos nerviosas. La mujer, que había captado su interés de forma inusual, presentaba unas pupilas dilatadas por el temor, que mermaba el color pardo del iris, y sus manos habían dejado parte de la falda hecha un guiñapo de tanto como la había sobado, arrugado y estirado. —Le juro que soy inocente a pesar de las apariencias. —La declaración semejaba más una súplica o un grito de socorro que una exculpación por la escasa convicción que puso de su parte. |
Es un retelling de...