Paisajes italianos de Edith Wharton
Marzo es, en algunos aspectos, el mes más exquisito del año en Italia. Es el mes de las transiciones y las sorpresas, de las vehementes lloviznas intermitentes acompañadas de un corazón dorado de luz de solar, de campos desnudos invadidos durante la noche por las flores de los árboles frutales y setos vivos que brotan de forma tan repentina como las flores del bastón de Tannhäuser. Es el mes en el que el viajero del norte, receloso de la prometida clemencia de los cielos italianos y con la amargura del invierno aún en los huesos, al encontrarse con un terreno de prímulas bajo riberas deshojadas o con la continua llama de los tulipanes a lo largo de las acequias de un huerto de olivos, aprende que Italia es Italia, después de todo, y se abraza al pensamiento del negro marzo más allá de los montes.
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