Manual para damas sobre el cotilleo y el asesinato de
Diane Freeman
Desde que me traslade a la casa de al lado, George había sido en parte mi amigo en parte mi ángel de la guarda. No estaba muy segura de mis sentimientos hacia él, pero no había duda de que me gustaba. Ahora que estaba observándole, me daban ganas de acariciarle la cara y meter los dedos entre sus rizos oscuros. Cielo santo, tenía que aprender a controlar imaginación. Especialmente porque no sabía si él sentía lo mismo por mí.
George era un hombre muy caballeroso, y hacía unos meses que había propuesto matrimonio. O al menos eso me pareció. Pero eso no viene al caso, porque su propuesta, si es que puede llamarse así, solo surgió de sentido masculino del deber. Mi difunto esposo también se había casado conmigo por deber, para llenar las arcas de su familia con mi dote. No quería volver a cometer el mismo error. Además, acababa de conseguir la independencia y la soltería me sentaba de maravilla.