La sombra de la noche de Deborah Harkness
—No debería ser tan descarado. A mi abuela le sienta tan mal como que le echen por tierra un trato en los negocios. Pero esta es la cuestión, Phoebe —dijo Whitmore, antes de poner la boca a unos centímetros de su oreja. Luego bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Al contrario que a los hombres que te han llevado a cenar y tal vez te hayan acompañado después a casa para ver si conseguían algo más, a mí tu corrección y tus buenos modales no me asustan. Más bien todo lo contrario. Y no puedo evitar imaginar cómo serás cuando todo ese gélido autodominio se funda.
|