Queridos niños de David Trueba
Aprendí a retener las emociones, a observar lo propio y lo ajeno desde una distancia profiláctica. En aquel momento no era consciente de lo que hacía. Luego sí. Luego lo he sabido. La deriva del mundo y sus tragedias me son indiferentes. Somos una especie condenada, es inútil luchar contra la fatalidad. Me separé de todo y logré esta ataraxia en la que vivo.
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