La luz superviviente de Daniel Cotta Lobato
Nunca volví a usar mi nombre después de tu muerte, Laura. Le quedaba la huella de tu voz, y no quería que otros labios la borrasen con timbres ajenos e irritantes. Ni Fray Turbio ni Fray Nadie lo conocen. De hecho, fue mi empecinado mutismo el que sugirió al Abad la fundación de nuestra orden, con esos nombres hechos de la masa buena de las historias de santos.
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