Príapos de Daniel Chavarría
Amo el tambor ubicuo de sus antepasados, que , aún callado, resuena en las caderas y el andar de sus mujeres
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Príapos de Daniel Chavarría
Amo el tambor ubicuo de sus antepasados, que , aún callado, resuena en las caderas y el andar de sus mujeres
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Príapos de Daniel Chavarría
Como creyente, se cuestionaba el saber científico y la inteligencia de quien ha elegido vivir en la oscuridad. No creer era una locura, que solo se le ocurría a la gente despistada, sin sentido práctico de la vida
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Príapos de Daniel Chavarría
Narciso era y no era un hijo típico de aquel ambiente.Como muchos potenciales hijos de la revolución, nunca la entendió, pero tampoco fue su enemigo.Sin ser un delincuente ,rehusó < sumarse al proceso > según la versión oficial
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Daniel Chavarría
No soy un culterano; trato de hacer una literatura que esté al alcance de amplios sectores de la población. Pero con dignidad, sin caer en la estúpida lógica mercantilista.
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Allá ellos de Daniel Chavarría
La idea de hacerse rico no había pasado por la cabeza de Zé Bonitinho. Aquello que lo ofrecía Tomás de Andrade parecía una bendición del cielo. El Señor se había acordado de él, después de tantos sufrimientos. Cómo no, sí señor, él se iba con Tomás al fin del mundo, y allí mismo estampó las huellas de sus dedos sobre el papel que le extendió Tomás. Porque todo tenía que ser formal. El patrón de Tomás era un señor muy serio y contrataba por escrito, de acuerdo con la ley, como Dios manda. Zé Bonitinho no se hizo rico. Conoció otros sufrimientos: la soledad de la selva, las fiebres palúdicas y una suma de terrores que lo acompañaron durante los cinco años de su estancia en el siringal. Era el terror al tigre, la pesadilla de volver a encontrárselo de sopetón al doblar un recodo del sendero; agazapado ya para coger impulso, relamiéndose las quijadas con su lengua larguísima. Era el terror a la noche poblada de gritos, a la serpiente, a los capataces. Y Tomás era el peor de todos. Durante cinco años, Zé tuvo que levantarse antes del amanecer y recorrer los tortuosos senderos del caucho, para vaciar los recipientes que recogen el látex de las heveas. En cinco años tuvo que caminar miles de kilómetros temiendo, a cada vuelta del sendero, el asalto del tigre. Y cuando la fiebre lo atacaba, ninguna comida le paraba en el estómago. Pero aun enfermo, tiritando, delirante, a diario tenía que recoger el látex y defumarlo en el bohío solitario. Y luego, al mediodía, volver con el cubo en una mano y la escopeta en la otra, a recoger la senda sobre la cual se hallaban disperos, a veces a centenares de metros, los ciento cuarenta árboles que él debía explotar desde su puesto. Y pasaba semanas sin oír voz humana. Nubes de mosquitos le impedían de dormir. Y cuando al cabo de semanas de trabajo llevaba sus bolas de látex al almacén, resultaba que aún debía las herramientas, que aún debía comida y parte de la escopeta y lo único que sacaba eran humillaciones y amenazas. Así transcurrieron cuatro años. Su deuda aumentaba. Una noche de luna se vio el rostro del remanso del río; se había llenado de canas. Se miró varias veces. Sí, eran canas. Zé decidió huir. Y en la huída lo cogieron y lo azotaron. El propio Tomás fue uno de ellos. + Leer más |
Daniel Chavarría
Se daba cuenta que el supuesto hedonismo oriental, no era tal. A poco de familiarizarse con algunas costumbres japonesas, descubrió en ellas más de ascetismo que de sensualidad
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Gregorio Samsa es un ...