Dalia Grinkeviciute
Me muero de ganas de dormir. Aunque sea un minuto, un instante. El tren corre tambaleándose y emitiendo su bronco aullido. Setenta y dos personas duermen de pie en el vagón con los ojos abiertos. Siento una respiración y un temblor. Es Gené Markauskaite, una niña tuberculosa de diez años, cetrina como un limón. Los ojos, hundidos; los labios, morados. Ella tiene escalofríos, y yo me muero de calor. Los piojos se pasean a sus anchas por el cuello, los hombros, se me pasan a mí y desaparecen en algún sitio.
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