Balzac y la joven costurera china de Dai Sijie
Algunos títulos de libros brotaban de nuestras bocas; había en aquellos nombres mundos desconocidos, algo misterioso y exquisito en la resonancia de las palabras, en el orden de los caracteres, al modo del incienso tibetano, del que bastaba pronunciar el nombre: ‘Zang Xiang’, para sentir su perfume suave y refinado, para ver los bastones aromáticos comenzar a transpirar, a cubrirse de verdaderas gotas de sudor que, bajo el reflejo de las lámparas, parecías gotas de oro líquido.
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