Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza
El fotógrafo pudo haberle respondido lo que siempre se decía a sí mismo: la maldita morfina. O lo que nunca se decía a sí mismo pero que hoy, este 26 de julio a las tres treinta de la tarde, le llegó de repente a su cabeza: Roma, la imposibilidad de la luz romana. Por algunos instantes, todavía incapaz de creer que una loca le preguntara aquello, estuvo tentado a contarle el milagro de sus tres años en Italia. 1897. El ejercicio voraz de la fotografía. Roma fija para siempre en papeles albuminados, placas de plata sobre gelatina. Roma, hiriendo sus retinas de veintiséis años. Tres veranos muy largos. Un paisaje de lomas, nubes, ríos. Una mujer: Alberta. Roma que había partido su vida en dos: antes y después. Antes Alberta, y después la morfina.
|