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Manhattan Crazy Love de Cristina Prada
Yo no estoy enamorado de ti, Pecosa, y no lo estoy porque no me interesa querer a nadie, y si alguna vez lo hiciese, no sería a una chica como tú.
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Manhattan Crazy Love de Cristina Prada
Al levantarme, me golpeo la cabeza con la mesa. Uf, qué daño. Me llevo la mano donde me he dado el topetazo y entonces oigo un característico sonido que justo en ese preciso instante me da auténtico pavor. Alzo la cabeza y veo la lata de Coca-Cola light, esa que tan merecida me creía tener, tumbada y el refrescante líquido empapando por completo mi móvil. «Eso por preguntarte qué más podía pasar.» Me quedo sentada en el suelo, rodeada de carpetas y papeles y viendo cómo mi smartphone se da un baño de burbujas. Me niego a levantarme.» |
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Manhattan Crazy Love de Cristina Prada
—Me alegra divertirle como siempre, señor Brent —comento mostrando mi monumental enfado. Él ahoga una sonrisa malhumorada en un breve suspiro y toda su expresión se endurece. —Ya te lo dije —me replica presuntuoso—. Para eso estás, Pecosa. |
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
No tienes por qué estar triste —me decía una y otra vez—. Tu vida comienza de cero, en una nueva ciudad, con tu mejor amiga. Lo que dejas atrás es sólo todo lo que perdiste.
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
Tenía que convencerme de una maldita vez de que, por mucho que lo quisiese yo, eso no significaba que él me fuera a querer a mí.
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
Es el problema de enamorarse de alguien que sabes que te hará daño: aun sabiendo que no es bueno para ti, no puedes evitar necesitarlo.
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
Quizá me estaba comportando como esas tontas enamoradas que ven lo que quieren ver y no lo que deberían. Esas cuyo novio es gay o putero o las dos cosas y encima las tratan como una mierda, pero ellas sólo son capaces de ver lo bueno y ahí están, al pie de cañón mientras su amor se tira a una drag queen llamada Furia Furibunda. ¿Y si yo era igual? ¿Y si me había convencido de que Sergio estaba dando pasos hacia una relación normal, que sentía algo por mí, y él sólo quería sexo?
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
—Te echaré la culpa —sentenció sin remordimientos. Sonreí de nuevo y sé que él también lo hizo—. El caso es que, ya que estoy aquí, he decidido buscarte un buen chico para que te saque de paseo y charle contigo y así yo pueda follarte tranquilo.
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
No hablábamos mucho y cualquier rastro de intimidad, aunque fuera un tímido intento por mi parte, era silenciado por su boca estrellándose contra la mía o con una embestida brutal que me llevaba de vuelta al paraíso. La manera en la que Sergio se relacionaba con las mujeres era el sexo. No por un trauma o algo parecido, como los protagonistas de las novelas románticas, sino porque él había elegido ser así. Yo no podía evitar que eso me resultase atractivo.
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
Siempre envidié su inteligencia emocional, la capacidad que tiene para aislar lo que no le gusta, no quiere o le hace daño. Me pregunto en qué categoría de esas tres estoy yo.
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
Qué bien sabía, maldita sea... pero estábamos intentando mantener una conversación. —Sergio —protesté contra su boca—, estoy tratando de contarte... —Y yo estoy tratando de hacer otra cosa —me interrumpió—, y te aseguro que lo mío es mucho más divertido. |
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Todo lo que perdí de Cristina Prada
Ese «hasta luego, señorita Martín» se convirtió en el trending topic de mi vida. Lo repetí hasta la saciedad mientras tomaba unas cervezas con las chicas en el O’Donell. Lo pensé y lo repensé antes de irme a dormir. La conclusión a la que llegaba siempre era la misma: se me estaba yendo un poco la cabeza y era drástico y urgente que dejase de fantasear con él. Si no, corría el riesgo de que un día dijese algo como «señorita Martín, tráigame los informes de contratación del mes pasado» y yo me presentase en lencería en su despacho, convirtiéndome en la primera empleada a la que despidiesen por acoso al jefe y no al revés.
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Las noches en las que el cielo era de color naranja de Cristina Prada
—No quiero que salgas con Matt. —Reese, yo… —Y no sólo se trata de Matt —continúa acelerado, como si la mera idea lo torturara—. No quiero que ningún tío te toque, nunca. Joder, no quiero que ni siquiera respiren el mismo aire que tú. Trago saliva. Todo esto es una locura, pero al mismo tiempo me siento tan llena, tan deseada, porque yo tampoco quiero que él le sonría a ninguna otra chica, que les hable, que las mire. Es mi objeto de deseo y es mío, solo mío. |
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Las noches en las que el cielo era de color naranja de Cristina Prada
—No es amor —me explico—, es algo diferente. Cuando una chica siente que le pertenece a un hombre, no necesita nada más. |
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Las noches en las que el cielo era de color naranja de Cristina Prada
—He querido decir exactamente lo que he dicho —replica adusto, furioso, con la voz endurecida—. Que prefiero estar sólo contigo en una mesa que con cuatro gilipollas más, porque así, en vez de tener que escuchar doscientas tonterías por minuto, sólo tengo que escuchar cincuenta.
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Las noches en las que el cielo era de color naranja de Cristina Prada
Me despierta un estruendo. Me incorporo de golpe e inmediatamente una luz rojiza que se expande por el cielo al fondo de la ciudad capta toda mi atención. El estruendo se repite y me doy cuenta de que no me han despertado las bombas, sino el ruido de los aviones que las lanzan. El cielo se tiñe de naranja, casi violeta, y es extrañamente intenso, incluso bonito. En este lugar todo es negro y blanco a la vez. Recuerdo a los niños jugando a las damas y la explosión que vino después. Son las dos caras de una moneda que hace milagrosos equilibrios por mantenerse de canto. Me asusta pensar de qué lado caerá. |
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Las noches en las que el cielo era de color naranja de Cristina Prada
—Las medicinas no son baratas y ponerse enfermo en este país, tampoco, por eso, simplemente, echémoslos a un lado educadamente mientras disfrutados de nuestro superávit económico —comenta sardónico, presuntuoso, con la misma descarada exigencia del parque y con la misma sexy y dura sonrisa en los labios—. No les interesa que enfermen y tampoco les interesa que se curen, perderían votos de las dos maneras.
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En Romeo y Julieta sus enamorados no pueden estar juntos por ser respectivamente…