Cristina Bou

―Tengo una capacidad innata para retener un montón de sabiduría estúpida, que no me sirve para nada ―dijo Zoe―. Por ejemplo, ¿sabías que durante mucho tiempo el tomate fue considerado una planta venenosa por los europeos, porque los botánicos lo catalogaron dentro de la familia de la mandrágora?

En Valencia no hay mal tiempo. Nunca.
En realidad, sí, en realidad sí hace frío, sí llueve, sí está nublado. Pero solo a veces. Solo de tanto en tanto. Esos días la gente es más rancia, está triste, de mal humor.. «Hay que entenderlos», pensó Javiera, «no están acostumbrados».

-Nunca podemos saber si las elecciones que tomamos son las acertadas, y siempre pensamos si hubiera..., pero la pura verdad es que no sabes cómo hubiese salido de haber elegido otro camino, de haber tomado otra decisión, de haber hecho algo distinto. Quizás lo que ahora te parece tan malo pudo ser peor. -Parpadeó rápido, para secar sus incipientes lágrimas.

No era su orgullo, ni sus fingidos desaires. Podía manejar todo eso. No, era algo más. Algo que se le aposentada en el pecho cada vez que ella le sonreía, algo que hacía que no pudiera dejar de recorrer la curva de su cuello, haz lo que le robaba el aliento como después de recorrer diez kilómetros en su bicicleta.

—No me gusta el otoño. bueno, lo que de verdad no me gusta es el invierno, y el otoño es la mala noticia anunciada con tiempo.

Pero la vida es una gata traicionera. Le encanta oír los planes de la gente para poder hacer los harapos de solo un arañazo. Desteje y lee lo que trazamos en nuestra mente con un aleteo de pestañas, con un soplido de su boca sátira, con un golpe de su puño. Con hielo, con estruendo, con saña.

Uno nunca se acuerda de sus abuelos, y aunque se acuerde no sabe casi nada de lo interesante.

―No fue tu culpa. Es importante que te grabes eso en el cerebro, porque la culpa no lleva a nada, solo a la autodestrucción. Nos enseñan desde pequeños que todo tiene una causa y un porqué, y por tanto buscamos esa relación causal en todo lo que nos acontece. Pero no es así, hay veces que no hay causa, hay veces que no hay porqué, hay veces que no hay culpable. En esta ocasión, por ejemplo. Creer lo contrario solo te arrastrará al abismo. Créeme, he estado ahí. Y eso que en mi caso sí que era culpa mía, de verdad. Aun así, es mejor dejarlo atrás.

Vio el abrigo rojo antes que el mar o la arena. La vio desde lejos, inconfundible, con su fiel Ralph trotando al lado, una silueta roja recortándose en el monocromo del paseo, con sus rizos revoloteando al viento. Agradeció al universo esa intuición que le había guiado hasta el mar y apretó el paso para ir a su encuentro, pensando que quizás ella también le había visto.

Lo que no notó ese día fue el veneno. Lo sentía en ese momento, oyendo la melodía sonar sin parar en el altavoz de su teléfono. Lo sentía arderle en las venas y circularle por todo el cuerpo, hasta inundarle el corazón. Lloró apoyada en la pared. Lloró por la chica del espejo, porque había visto en sus ojos algo que no se esperaba, algo que le sorprendía y aterraba a partes iguales: había visto brillar el deseo, la esperanza, la ilusión.

Cuando la gente le preguntaba qué había pasado, Zoe solo acertaba a decir " La vida; la vida nos pasó, pero por encima.

Como si hubiera oído las palabras mágicas de Aladino ante la cueva, Zoe abrió las puertas de su vida a aquella desconocida con abrigo de pelos negros, sin reservas ni secretos. Daniela le dejó soltarlo todo casi sin interrumpirle, sin hacerle preguntas. Solo miraba cómo se vaciaba delante suya, mientras fumaba un cigarro tras otro y le pasaba pañuelos de papel.