El puerto de los leones de Constanza Chesnott
En cuanto bajé del barco, dejé que los olores de Singapur se me metiesen por los poros de la piel. Cerré los ojos para retenerlos todos y permití que el sol y la suave brisa los removieran a mi alrededor. Entreabrí la boca para poder saborearlos, ya que flotaban en el ambiente. Singapur sabía a verdor y a néctar de flores, a humedad y a viento salado, a esencia de coco, a dulce de tapioca... Abrí los ojos y busqué entre la gente el origen de los olores de mi niñez.
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