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La niña que no podía recordar de Clara Tahoces
Juan cayó abatido. No llevaba el casco, aunque, a juzgar por la violencia del impacto, de poco habría servido. La pala le pegó justo por debajo de la oreja, a la altura del cuello. De repente se hizo el silencio en la obra más ruidosa de Madrid. Las máquinas se detuvieron. Algunos trabajadores intentaron taponar la herida, pero la sangre manaba a borbotones de su cuello. Juan tenía los ojos muy abiertos y no parecía consciente de lo que ocurría. |