Una luz en la ventana de Christina Dodd
Fiánose de lo que le decían sus instintos acerca de la desalizñada y desaseada apariencia de William, y fiándose de que lord Peter la protegería, le dijo cordialmente: —Inmediatamente me di cuenta de que sois ciego. Me parece que no habéis aprendido a comer sin deramar salsa en la ropa. Me parece que no lográis encontrar vuestro pelo con un peine ni una bañera con vuestro cuerpo. Murmullos horrorizados de los criados llenaron la sala. —¿Quién sois? —preguntó él, en un ronco gruñido. —Soy lady Saura, pariente lejana de vuestra madre, y la nueva castellana. Vuestra padre opina que su casa está hecha un caos y que mi orden prevalecerá. Ante su satisfacción, se callaron los criados. No oyó salir ni un solo sonido de ellos. Que los critados, además de la bestia furisoa que tenía delante, se prepararan para hacer frente a su desfío. —Escuchadme, lady Saura. —La voz dorada sonó clara y sonora—. No soy uno de vuestros quehaceres domésticos. Aunque apeste, beba y sea una monstruosidad, no intentéis limpiarme. Soy feliz como estoy. Levantando el mentón, altiva y sorbiendo por la nariz, Saura contestó: —Soy partidaria de dar un buen uso a todo lo que tengo a mi disposición. No me cabe duda de que se me ocurrirá algún uso apra un emdio hombre ciego. La firme mano de lord Peter la cogió por debajo de la axila y la puso de pie, en una ordne tácita. —Pero podemos limpiar a vuestro alrededor por un tiempo —concedió ella amablemtne, liberándose de la sujeción de lord Peter y apartándose—. Tal como si fuerais parte del mobliario. + Leer más |