Boneshaker de Cherie Priest
A excepción del hecho de que no había ventanas, el establecimiento tenía el mismo aspecto que los millares que operaban bajo tierra. Había una gran barra de madera y bronce al otro extremo de la estancia, y tras ella un espejo roto que relucía reflejando una sala de aspecto agradable, duplicando las velas encendidas colocadas sobre cada una de las mesas cuadradas y bajas, y dando una especie de quebrado lustre a la escena. Ante el piano había un hombre de cabello gris y largo abrigo verde sentado en un banco. Golpeaba sin cesar la teclas, amarillentas como dientes sucios. Tras él, una mujer algo entrada en carnes con un solo brazo golpeaba el suelo con el pie a ritmo de la melodía que el otro trataba de producir; y en la barra un hombre delgado servía vasos de una enfermiza sustancia amarillenta que sin duda era esa desagradable cerveza. |