Dividida en seis partes: concubina imperial (años 1835-1861); reinando detrás de su hijo (1861-1875); gobernando a través de su hijo adoptivo (1875-1889); el emperador Guangxu se hace con el poder (1889-1898); al frente del escenario (1898-1901); la verdadera revolución de la China moderna (1901-1908), completa esta extensa biografía un breve epílogo, numerosas notas, un apartado con los archivos consultados y una amplia bibliografía. Todo ello da lugar a un libro monumental de casi seiscientas páginas para resumir los cincuenta años que una mujer fascinante estuvo al frente (de manera directa o bajo cuerda) del país asiático en unos tiempos convulsos como son los primeros años del pasado siglo XX.
Una tarea complicada, resumir tantos hechos, que la autora Jung Chang a veces no facilita y se complica en el relato cronológico de los hechos, quizá la inmensa documentación que manejó en su proyecto no se lo pusiera fácil. De todos modos, a pesar de que algunos hechos se repiten, el libro es interesantísimo y la imagen que se da de la que fuera primera dama, emperatriz de China, gobernante máximo de un país enorme y complicado, es sencillamente apasionante. Si alguien usó sus armas “de mujer” para hacerse con el poder y gobernar con sabiduría y sentido común, a pesar de la crueldad y la venganza que pudiera aparecer en algún momento puntual, esa mujer sin duda es Cixí. Alguien que “ordenó a los otros dos principales regentes, el príncipe Zheng y el príncipe Yee, que se quitaran la vida, y envió a cada uno una larga bufanda de seda para que se ahorcaran con ella.”, pero que era a su vez capaz de preguntarse cosas tan complejas como “¿Son el comercio exterior y la política de puertas abiertas dos cosas tan malas para China? ¿No podemos beneficiarnos de ellas? ¿No podemos utilizarlas para resolver nuestros problemas?, denota una agudeza y una amplia visión como gobernante a la altura de muy pocos políticos.
En un tiempo en el que China estaba asediada por las potencias occidentales (leyendo este libro, las palabras que pronunció recientemente Xi Jinping blindando su economía frente a las potencias extranjeras tienen todo el sentido) que se repartían su territorio según su conveniencia, Cixí lo que pretendía, y por lo que se granjeó el odio de muchos políticos que no estaban de acuerdo porque odiaban a los occidentales que les estaban humillando e invadiendo, era sacar partido de la máxima “si no puedes con el enemigo únete a él”, y para ello quiso modernizar el país empezando por su sistema educativo “tomando prestado métodos occidentales” sin por ello “sustituir las enseñanzas de nuestros sagrados sabios”. Estaba convencida de que la unión de modernidad y tradición eran la clave de gobierno para su país, y para ello no dudó en confiar en occidentales como el británico Robert Hart o Burlingame, a quien nombró primer embajador de China en occidente y cuyo joven ayudante Zhingang no entendía el proceder del occidental, aborrecía el cristianismo por su hipocresía: “Los occidentales predican el amor a Dios, el amor al hombre y parece que se lo creen de verdad. Pero libran guerras con barcos y cañones para conquistar a los pueblos por la fuerza, además de imponer el opio, un veneno peor que la peste, a los chinos, y todo en busca de beneficios. Parece que el amor a Dios es menos verdadero que el amor al lucro”.
Pero Cixí era una mujer, y aunque guardaba celosamente sus sentimientos (por su carácter oriental, pero también por pura sensatez imagino), el amor que profesó a uno de sus eunucos, An, era tan importante para ella que el que fuera injustamente ejecutado por un malentendido de protocolo que ella misma propició al dejarle abandonar los aposentos del Palacio y enviarle de viaje, le dejó postrada en la cama durante meses. Fue un duro golpe del que siempre culpó al príncipe Chun, del que se vengó posteriormente.
La diplomacia, el sistema educativo, la Armada, todo el sistema parecía beneficiarse de las ideas reformadoras de esta enigmática mujer. “Hacer fuerte a China incluía hacer ricos a los chinos”, pero nunca aceptó la industrialización de forma indiscriminada y sin reservas. Jamás aceptó el ferrocarril porque suponía desmantelar los cientos de cementerios que había, y los ancestros para la cultura china son de vital importancia.
Hasta el año 1889, cuando decide retirarse y delegar su poder en su hijo adoptivo, la renta anual de China de había duplicado hasta los 88 millones de taeles de los que un tercio correspondería a los derechos de aduanas, consecuencia de su política abierta al comercio exterior.
En los primeros años de 1900 los gobiernos occidentales reconocieron en Cixí como líder indiscutible a la altura de Catalina de Rusia o Isabel de Inglaterra, una de las grandes gobernantes de la historia cuya fama traspasó las fronteras de Asia, para bien y para mal. La verdadera revolución del país asiático no se produjo con la Revolución Cultural de Mao varios años después, sino en estos convulsos últimos años del reinado de una mujer que supo modernizar China sin apenas derramamiento de sangre. En apenas siete años, desde su regreso a Pekín desde el exilio al que le obligaron las luchas intestinas y la guerra con su vecino Japón, China se convirtió en un país cuyos ingresos anuales se doblaron, y cuya transformación radical estaba diseñada para mejorar la vida de la gente sin abandonar sus raíces, hasta el punto de que una de los últimos proyectos (que no se llevó a cabo) fue anunciar el establecimiento de una monarquía constitucional a imagen de las que había en algunos países occidentales.
Sin embargo, el problema principal del que ella era consciente pero incapaz de solucionar, era la exigencia de que el trono siempre estuviera ocupado por un manchú, y esto los han nunca lo aceptaron. Al fin y al cabo ni siquiera la emperatriz Cixí podía impedir que la historia de su país, con etnias que se odiaban entre ellos como los han, manchúes, mongoles o tibetanos, se convirtiera en el principal escollo para su total transformación.
Amante de la ópera, muy coqueta, con una salud de hierro, astuta, ingeniosa, pero para sus detractores una déspota libertina, asesina y cruel. ¿Realmente podemos conocer quién fue la emperatriz viuda? ¿Ángel o demonio? ¿Una espléndida gobernante, o una asesina sin escrúpulos dispuesta a cualquier cosa por obtener el poder? Una lectura apasionante, como lo fue la vida de una mujer increíble y talentosa.
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