Todos los días son nuestros de Catalina Aguilar Mastretta
Se sentía culpable, le veía en los ojos las ganas de que todo le pasara a él. Finalmente pobres hombres, o bueno, pobres hombres buenos, como él. Los marca la impotencia. Lo odié varios días por una decisión que no había sido suya. Lo odié cuando me dolió el estómago, lo odié cuando el té que me hice resultó ser de manzanilla y no de menta, lo odié cuando me preguntó cuándo sí quería tener hijos. Era injusto odiarlo por todas esas cosas que no eran su culpa. Verlo angustiado por ellas me hacía quererlo más que nunca. Puras contradicciones. Pero con todo, siguió la vida, plácida, feliz. Fue una decisión importante pero no una marca definitiva.
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