La Bella Otero de Carmen Posadas
Una mujer liberada podía (y debía) tener amantes, podía también subirse a un escenario y coquetear con el arte, siempre que lo hiciera desde el cómodo estatus de esposa excéntrica o, si era rica, desde la aún más confortable plataforma de una extravagante millonaria. Trabajar para vivir, en cambio, erea imperdonable, era `desclasarse´ y eso constituía el peor de los pecados. Porque una época tan brillante que se vanagloriaba de bendecir una fraternité entre ricos y pobres, en realidad ésta no afectaba más que a las formas, nunca al fondo. Príncipes y vagabundos podían coincidir en los mismos lugares de entretenimiento y emborracharse con una misma botella de absenta, pero una vez disipados los vapores del alcohol la fraternité desaparecía junto con la resaca y el dolor de cabeza.
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