Carmen Conde Abellán
Naranja Hundí los dientes en la luz cuajada, y el chorro delgado dulcísimo de la pulpa me doró los labios en éxtasis de jugo tierno. Pensé en los huertos con azahar en estallido de nieve, y el olor se me pegó a la lengua recordándome el poder de la tierra, matriz de frutos sin descanso. Por los dedos me corrían sangres de naranja derramada de azúcar líquida. Las manos se mojaban de naturaleza derretida, dejando el amarillo deslumbrador contra el topacio de la tarde. La casa entera olía a frutos pulposos, a naranjales bamboleados por el viento de mi voz dichosa. Cerrando los ojos sobre la delicia del mordisco en el ácido glorioso, me dormía al amparo de un sabor divino. (7 de marzo de 1936) |