Eco de Carlos Frontera
Contemplaría, al tiempo que convalezco en mi cama bajo una silueta inventada o no, la luz de mi infancia, la luz acomplejada de mi infancia, con suerte el niño abstraído en el fragor del juego, un navajazo de felicidad de oreja a oreja, ese espejismo de células incandescentes surcando el vacío hasta alcanzar una retina a años luz de las mías: la memoria.
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