El jardín de las mujeres Verelli de Carla Montero
Y así fue. El pastel no sólo estaba esponjoso y untuoso a la vez. Además sabía a noche de verano: el primer bocado me retrotrajo inmediatamente a mi niñez, a la fragancia de madreselva que trepaba por la casa de la casita blanca y azul; la que durante las vacaciones, solíamos alquilar junto al mar. *** (...) Anice poco tenía que ver con la Giovanna Verelli que yo había conocido fugazmente. Y era a Anice a quien quería descubrir porque en ella se hundían mis raíces, enredadas entre secretos alimentados por el tiempo y el silencio. *** No era la libertad (...) Era la calma. Lo que debía haber buscado era la calma; pues de nada vale la libertad sin ella. Pude tenerla y la sacrifiqué con una promesa. |