Nenúfares que brillan en aguas tristes de Bárbara Gil
Era imposible que alguien con las ideas tan cerradas como Breixo entendiese por qué se había enamorado de Faisal, pero ella lo sabía muy bien. Faisal era tierra húmeda, era dientes, era aire puro entrando en los pulmones, era instinto, era el salto hacia atrás que da una gacela antes de ser atacada y, al mismo tiempo, el depredador que acecha por detrás a una presa que sabe que es más grande; era la pisada imperceptible del ratón que sólo escucha el búho, la roca que asola en el borde de la cima de un precipicio, la rama a la que te agarras en medio del huracán, el tigre mordiendo en la yugular para paralizar a la hembra, las marcas de su garra en la corteza de un árbol marcando territorio. Era salvaje, pero también era los sueños de un niño, los gustos olvidados de la infancia, las risas repentinas, los gritos injustificados de placer, la tierra en las uñas que quieren ser garras.
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