Nenúfares que brillan en aguas tristes de Bárbara Gil
La naturaleza no tiene el don de la palabra, pero sí el de los colores. Cuesta imaginar el mundo sin esa gama de matices con la que se viste. Resulta un lenguaje más efectivo que el nuestro, y tal vez por eso lo imitemos: si no les arrebatasemos el rojo intenso a las cochinillas, nuestros labios no pedirían con la misma fuerza los besos.
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