El jardín de hierro de
Gema Bonnín Sánchez
- Por aquí deberíais redefinir algunos conceptos, desde luego.
Teobaldo río, aunque sin una pizca de alegría.
- Las féminas siempre entrañáis misterios y traiciones. Sois de naturaleza retorcida.
Elvia alzó el rostro.
- ¿Ah, sí? Pues yo creo que no se debe tanto a nuestra naturaleza perversa como a la fragilidad de algunos hombres.
El noble soltó una lacónico carcajada, como si lo que acababa de decir la prisionera fuera una estupidez.
- ¿Y eso por qué?
- Veis a una mujer que os atrae y os hace flaquear, os nubla la mente y lo achacáis a unas supuestas intenciones malignas por su parte, como si todo en el mundo girará en torno a vosotros, en lugar de asumir que lo único que os causa esa incertidumbre es vuestra propia debilidad.
La bofetada tardó unos cuantos segundos en llegar y Elvia no la vio venir.