Moravagine de Blaise Cendrars
Moscou es bella como una santa napolitana. Un cielo cerúleo refleja y bisela las mil y mil torres, campanarios, espadañas que se yerguen, se estiran, se encabritan o recaen pesadamente, se ensanchan, se bulban como estalactitas polícromas en una efervescencia vernicular de luz. Adoquinadas en alto relieve, las calles están llenas del estruendo de los cien mil simones que afluyen día y noche, son estrechas, rectílinas o circulares, se insinúan entre las fachadas rojas, azules, azafranadas, ocres de las casas para ensacharse súbitamente ante una catedral de oro que bandadas de cornejas chillonas azoran como a un peonza. Todo ronca, todo grita, el hirsuto portador de agua, el gran Tártaro mercader de ropa vieja. Las tiendas, las capillas vomitan sobre las aceras. Viejecitas venden manzanas de Crimea lisas como agallas. Un policía barbudo se apoya en su gran sable. Se anda por todas partes sobre cáscaras de castañas y las cupúlas curruscantes de los pequeños frutos negros del fresno. Una polvareda de estiércol baila en el aire como las lentejuelas rojizas en el aguardiente. ......p 79-80
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