Donde no haya niebla de Beatriz Esteban
Casi pude imaginarme a mis padres en el salón de Mitsborne, segundos antes de que mamá descolgara el teléfono. Ella estaría sentada en el sofá, con una sonrisa en los labios y acariciando con los dedos los rizos en la nuca de papá. Él estaría con un libro entre las manos y la cabeza apoyada sobra las piernas de ella y, de alguna forma, el mundo parecería un poco más seguro.
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