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Las voces del lago de Beatriz Esteban Brau
Parecía que Adam y yo estuviéramos jugando a una partida de ajedrez invisible, moviendo nuestras piezas, peones y soldados en silencio como si así pudiéramos mantenernos lejos. Así evitaríamos que uno de los dos perdiera. Que uno de los dos no fuera el niño que el otro recordaba. Teníamos que jugar a movernos con cuidado, a cambiar las normas del juego, a encontrar la distancia perfecta que nos dejara orbitar el uno junto al otro sin llegar a colisionar. Porque nada volvería a ser lo mismo si chocábamos. |