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La malnacida de Beatrice Salvioni
Es difícil quitarse de encima el cuerpo de un muerto. Lo descubrí a los doce años, con la nariz y la boca ensangrentadas y las bragas enredadas en un tobillo.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Es difícil quitarse de encima el cuerpo de un muerto. Lo descubrí a los doce años, con la nariz y la boca ensangrentadas y las bragas enredadas en un tobillo.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
El mundo estaba hecho de reglas que no había que saltarse. Estaba hecho de cosas adultas, enormes y peligrosas, de errores irreparables que podían matarla a una o enviarla a la cárcel. Era un lugar terrible, lleno de cosas prohibidas, por donde había que caminar despacio y de puntillas, poniendo atención en no tocar nada. Sobre todo las chicas.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
¿Cómo habíamos podido estar tan ciegos tanto tiempo? Él se negaba a ver, y yo todavía no había caído en la cuenta de que había visto incluso demasiado.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Ser mayor, ser mujer, quizá fuera eso. No era sangrar una vez al mes, ni los comentarios masculinos o la ropa bonita. Era cruzar la mirada con un hombre que te decía "Eres mía" y responderle: "Yo no soy de nadie".
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La malnacida de Beatrice Salvioni
No sabía si se le podía pedir a la Virgen que mandara a alguien al infierno. Pero ella también era una mujer y tenía que entenderme.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Por una parte, estaba la vida tal y como yo la conocía; por la otra, tal y como ella me la mostraba. Y lo que antes me parecía correcto se deformaba como mi reflejo en el agua de la pila cuando me lavaba la cara. En el mundo de la Malnacida se competía por hacerse arañar por los gatos y el dolor desaparecía lamiéndose las heridas. Era un mundo donde no se podía jugar a fingir que eras quien no eras y si hablabas con los chicos los mirabas a los ojos. Observaba su mundo parada en el borde del precipicio, pero decidida a saltar. Y no veía la hora de caer por él. |
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Me escabullí entre las macetas de aspidistra con la tierra seca que mi madre se olvidaba de regar, porque a las cosas vivas era a las que menos atención prestaba.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Él casi no le hablaba. Permanecían quietos y distantes como perros viejos que siempre han compartido el mismo patio y se han cansado de su olor. Algunos días debía de acordarse de que la había querido, yo lo notaba por la manera en que le ofrecía el brazo para bajar la escalera o esperaba en la habitación mientras ella se ataba las cintas del vestido.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
La llamaban la Malnacida y no le gustaba a nadie. Pronunciar su nombre traía mala suerte
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Por una parte, estaba la vida tal y como yo la conocía; por la otra, tal y como ella me la mostraba.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
-Las palabras-respondió-. Las palabras son peligrosas si las dices sin pensar. -No son más que palabras. -Traté de restarle importancia porque su cara empezaba a asustarme y no quería discutir. - Nunca lo son - repuso mirándome fijamente. |
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Es difícil quitarse de encima el cuerpo de un muerto. Lo descubrí a los doce años, con la nariz y la boca ensangrentadas y las bragas enredadas en un tobillo. |
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Ser mayor, ser mujer, quizá fuera eso. No era sangrar una vez al mes, ni los comentarios masculinos o la ropa bonita. Era cruzar la mirada con un hombre que te decía “Eres mía” y responderle: “Yo no soy de nadie”.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Las palabras-respondió-. Las palabras son peligrosas si se dicen sin pensar
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Mi madre me había instruido sobre cómo comportarme en la mesa, pero nunca me había reñido por una mala nota: me prefería bien educada a instruida.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
En su mundo solo había dos cosas seguras. La primera: lo que no lograban explicarse era obra de Dios o del demonio, según le ocurriera a una persona de bien o a un muerto de hambre. La otra: los hombres nunca tenían la culpa.
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La malnacida de Beatrice Salvioni
Ser mayor, ser mujer, quizá fuera eso. No era sangrar una vez al mes, ni los comentarios masculinos o la ropa bonita. Era cruzar la mirada con un hombre que te decía «Eres mía» y responder: «Yo no soy de nadie».
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¿Como se llama el búho que le regala sirius a ron?