Revolución de Arturo Pérez-Reverte
Cuando Martín llegó a lo alto del cerro lo deslumbró un rayo de sol naciente, horizontal y rojo. Se detuvo allí, entornados los ojos cegados por la luz, sintiendo con alivio el primer calor del día en la ropa todavía húmeda. Después se inclinó hasta quedar agachado mientras recobraba el aliento.
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