Neimhaim. Los hijos de la nieve y la tormenta de Aranzazu Serrano Lorenzo
Fue como un susurro, sin saber de dónde procedía o quién la pronunciaba. Antes de saber qué estaba ocurriendo, le asaltó la imagen de una tierra yerma y fría, tan carente de vida que le estremeció el alma. Un glaciar. Allí se habían desencadenado fuerzas capaces de destrozar pueblos, montañas y reinos enteros, procedentes de un dios herido. El ojo del huracán desatado, una figura de apariencia humana abría los brazos al hielo. Era el dios traidor, el desterrado. De pronto, sus ojos pálidos se clavaron en los suyos, y sus labios pronunciaron su nombre. Entonces vio algo terrible, más espantoso de lo que había presenciado hasta ahora: el dios del Norte tenía su mismo rostro.
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