Para terminar con el juicio de Dios de Antonin Artaud
[...] allí donde había un olor hediondo, donde se luchaba sin esperanza salvo por la afición de la raza a ser fuerte y donde no había que ganar el ser sino que había que perder la vida, [...] allí el hombre se retiró y huyó porque nunca le gustó tratar de combatir [...] |