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EL ATRAVESADO de Andres Caicedo
María del Mar se ha debido dar cuenta porque me soltó la mano, creyendo que no aletearía más, pero se equivocó: la mariposa no se me salió ni nada, y todavía, cuando hacen vientos buenos, cuando la noche no está nada de cansada pues la ambición descansa, yo la oigo revolotear de un lado a otro, chocar, juguetona, contra mis paredes, susurrarme canticos de cuna tan antiguos como la primera cuna, arrumacarse en mi garganta y regalarme con su olor, dar perfume a mi nariz, emborrachar mi aliento. (18)
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