Panza de burro de Andrea Abreu
A veces, a Isora, la tristeza la abrutaba. Pasaba muchas horas sin pronunciar una palabra. Se sentaba en las esquinas de la parte baja de la venta, justo donde una pared se abraza a la otra y se quedaba allí mirando sin ver nada. Los ojos eran dos manchas, dos moscas verdes dando vueltas en un cuarto que apestaba a vino.
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