Hijas de la guerra de Ana Roux
El frío era azul. Brillante como el de un zafiro recién pulido y cortante como el reflejo del acero. Un azul difuminado, no demasiado oscuro, que se reflejaba en la nieve, en los riscos helados y en la neblina que cubría el cielo y sus cuatro lunas. Antes de llegar se lo había imaginado como un vacío blanco, quizá gris. Pero jamás hubiera esperado encontrarse con aquellas cumbres de color cerúleo, amenazándola con la soledad de sus rocas, inertes y nevadas, ni con su aliado el viento, más afilado que cualquier cuchillo. |